miércoles, 3 de marzo de 2010

LOS FUELLES ROJOS

El transporte de la ciudad de Bogotá, que se supone ágil, versátil, austero y con fortaleza para cualquier evento trascendental de la ciudad, le dejó claro a todo los ciudadanos Bogotanos; que su infraestructura no es competente para cubrir las necesidades de siete millones de habitantes residentes.

El primero de Marzo del dos mil diez, cuando los pequeños propietarios del transporte, -que llegan a los barrios más densos de la capital- llámese colectivos, busetas; guardaron sus vehículos, colapsó el transporte masivo de las principales vías de la capital. Los articulados que venían operando, transportando más o menos un millón de gente laboriosa, diariamente; se quedó corto, después que el otro noventa por ciento de la población trabajadora, abarrotó las estaciones del transporte masivo de Bogotá.

Esta situación traía consigo, una acumulación de olores expedidos por toda clase de personas apretujadas como animales, esperando que los vagones rojos abrieran sus puertas a control remoto, para poderlos abordar. Pero esto no se daba, por la sencilla razón que venía hasta el conductor parado. Había buses, que no paraban en la estación que le correspondía, porque los usuarios no dejaban abrir las puertas de las mismos; y los demás en la estación, alborotados sencillamente por la incertidumbre de sí; a qué horas podrían abordar un colectivo de éstos que los acercara a su destino, y por estar comprimidos -que ni mover se podía- respirando en la nuca de los otros y viceversa, con la sensación de empaquetadura de carne en canal.

Fui, uno más de los afectados, en una de las góndolas del transporte masivo. Si por la mañana fue una odisea llegar a mi trabajo, por la noche el fracaso total. Llegué, a una de las estaciones a las tres de la tarde y me dieron las nueve de la noche, esperando, ver que se abrieran las puertas de algún articulado para poderlo abordar. En últimas; también me dejé descargar por una de las puertas de un bus que paró, donde nadie se bajó y como pude, a empujones me hice del bus.

Ya por el camino, la lentitud del recorrido, debido las personas que pasaban las calles a toda prisa, en búsqueda de cualquier transporte, hacía más cautelosa la situación. Después de hora y media llegué a mi rancho.

Esto es nada más, que una alerta a los posibles traumas que al futuro, se presenten por cualquier eventualidad –sin ser pesimista- talvez, porque los empleados decidan agruparse en un gran sindicato de transporte urbano, (como en los países desarrollados) o por descalabro en la inversión. “Siempre los negocios en el capitalismo, nacen y mueren”

Entre más el transporte de la ciudad esté en manos de unos pocos, y tenga capturado al cien por ciento de la población, se vuelve más vulnerable, a tener problemas de adaptación.

Estoy de acuerdo con una masificación del transporte, que hace que la ciudad sea más hermosa, con calles más voluptuosas, amplias, pero como en todo, la ciudad debe tener sistemas de contingencia, que solventen los problemas primarios que se puedan presentar hacia el futuro.
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Por:
Luis Alejandro Díaz
Perfil:
Economista
Descripción:
Lo frágil del sistema actual del transporte masivo de la ciudad

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